Tamaleada en CEUS para celebrar el Día de la Virgen de la Candelaria

Culiacán Rosales, Sinaloa, 2 de febrero de 2020.- Estudiantes, maestros y administrativos del Centro de Estudios Universitarios Superiores (CEUS) se reunieron para celebrar el Día de la Virgen de la Candelaria con una tradicional tamaleada y cumplir con la costumbre que inicia con la Rosca que simboliza la epifanía de los Reyes Magos al ver la manifestación del Niño Dios.

La profesora Martha Sofía Ochoa Beltrán, coordinadora de bachillerato del CEUS, compartió el significado de comer tamales en esta fecha especial. “No es un capricho gastronómico sino un evento emblemático que concilia la tradición prehispánica y católica”, explicó.

El Día de la Candelaria, la Fiesta de la Luz, de las Candelas y la Presentación del Señor, son varios de los nombres que se le da a esta festividad donde el sincretismo une la luz de Dios con el maíz azteca. Es la unión de dos celebraciones en una sola: la del Niño Dios quien, como una vela encendida que ilumina al mundo, es presentado por su madre ante el templo de Jerusalén y surge la celebración de la Candelaria, y la del ritual prehispánico que rinde culto a la madre tierra y al maíz, masa de la que surge el hombre según el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas. Después de varios intentos fracasados por parte de los númenes por crear al hombre con distintos materiales, fue el maíz el que finalmente les permitió darle vida. Los mexicanos comemos tamales acompañados de atole, chocolate o champurrado durante estas fiestas para rendir ofrenda al Niño Dios o a los dioses prehispánicos.

De esta manera, se da en la celebración católica la inclusión sincrética del tamal, de origen prehispánico que era una ofrenda que se ofrecía durante el 2 de febrero, primer día del primer mes del calendario mexica, llamado Atlcahualo o Quauitleoa, en honor a Tláloc, Chalchiuhtlicue y Quetzalcóatl.

Recordemos además que las personas afortunadas que se sacaron el “monito” o “muñequito” del Niño Dios en la rebanada de la Rosca de Reyes son quienes tienen que ofrendar los tamales el 2 de febrero.

LA HISTORIA DE LOS TAMALES EN EL DÍA DE LA CANDELARIA

Hoy 2 de febrero es un día importante para los creyentes porque es el Día de la Virgen de la Candelaria que coincide con el Día de Atlacahualo en la América Prehispánica. Los católicos, después de los 40 días del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, presentan al niño Dios y observan la purificación de María con la candela, la vela de luz de la fe.

Hoy con la tradicional tamaleada se conjunta la fertilidad de la tierra y marca el fin formalmente de la temporada navideña. El Día de la Candelaria coincide con la temporada de siembra que iniciaba el 2 de febrero en la era pehispánica y al unirse ambas costumbres surge la tradición de celebrarlo con los exquisitos tamales como platillo principal.

Desde la época Prehispánica en México se celebra el principio del Atlacahualo o inicio de las siembras el 2 de febrero. En esta fiesta se presentaba el maíz a Tláloc y a Chachitlicuetl para que lo bendijeran y que la cosecha fuera prospera y abundante. Después con el virreinato y la evangelización de los pueblos se dio el sincretismo o tendencia a conjuntar y armonizar corrientes de pensamiento o ideas que pueden ser opuestas y que en este caso se concilian al comer tamales que rinden tributo al maíz y a la madre tierra.

Más atrás, en el calendario Juliano, para los romanos era el día de El festival, que es de lavado o limpieza. Según Ovidio, Februare, una palabra latina que se refiere a los medios de purificación, especialmente con el lavado o el agua, se deriva de una palabra etrusca anterior refiriéndose a la purificación.

De esta forma, el Día de la Virgen de la Candelaria se festeja el 2 de febrero, exactamente 40 días después de Navidad, porque en ese día, la Virgen se purificó después del nacimiento del niño Dios y llevó candelas a la Iglesia para que estas fueran bendecidas.

Este día marca el fin de la época navideña en México, España y algunos países de América del Sur. Este 2 de febrero se celebra el día en que María y José presentaron en el templo al Niño Jesús luego de su nacimiento. Muchas familias esperan este día para quitar el árbol de Navidad y levantar el “nacimiento” o pesebre navideño para guardarlo hasta la Navidad siguiente. En algunas partes, al “levantar” al Niño Dios del pesebre lo visten y continúan con la ruta católica que pasa por los carnavales que se festejan antes del miércoles de Ceniza y la Cuaresma hasta terminar con la Semana Santa.

En algunos lugares de México, visten al Niño Dios de blanco, sin corona ni trono durante el primer año. El segundo año ya puede llevar un traje de color y en el tercer año lo visten como Rey, como el Emperador del Universo, y le colocan su corona y su trono porque ya puede realizar milagros.

Esta celebración cierra el ciclo de las fiestas de Navidad, periodo después del cual las madres hebreas hacían los ritos de purificación que, junto con la presentación del niño al templo, completaban el periplo judío que acompañaba a cada recién nacido. Este lapso era conocido también como puerperio, que proviene del latín puer: “niño”.

Candelaria proviene del verbo latino candere, que significa “brillar por su blancura”, “estar blanco o brillante por el calor”, “arder”, “abrasar”; y Purificación proviene del griego pyr, que significa “fuego”. De aquí se deriva la palabra latina purus: “pura”, que contiene también la idea de “seleccionar, elegir”. Ambos nombres encierran la sugestiva idea de fuego, la cual tienen en común todas las festividades de fin de año (solsticio de invierno).

La fiesta de la Candelaria se llama así porque en ella se bendicen las candelas que se van a necesitar durante todo el año, a fin de que nunca falte en las casas la luz tanto física como espiritual. Los fieles acuden a la misa de este día con las velas, que son bendecidas solemnemente por el sacerdote y a continuación se hace una corta procesión entre dos iglesias cercanas o por el interior de la misma iglesia, con las velas encendidas, cantando el Nunc dimittis servum tuum (“Ahora puedo morir en paz, porque mis ojos han visto al Redentor…”) el himno que entonó el anciano Simeón, sacerdote, cuando María le presentó a Jesús en el templo. Esta fiesta tenía gran significación cuando la única luz en las casas era la de las velas y candiles.

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